Como algunos sabrán, los últimos días me he visto en la obligación de movilizarme por Santiago en el fabuloso sistema de transporte público debido a un desperfecto que sufrió mi chancha.
Han sido días de reflexión. Es inevitable pensar en el tiempo que estoy perdiendo esperando esa micro en Avenida Matta pudiendo estar volando hacia la pega en mi querido vehículo de 2 ruedas.
Entre toda esa triste reflexión, me he fijado en la cantidad de autos que inundan las calles de la capital. Cantidad que, lamentablemente, va en aumento, debido a la baja del dólar, el precio de las importaciones, etc., pero principalmente a la cultura del chileno. Tener un auto es sinónimo de tener plata, y eso, para los chilenos, es ser mejor que el de al lado.
Bueno, somos muchos los que no pensamos así. Los ciclistas estamos concientes de lo ideal que es viajar en esta ciudad en bicicleta. Las distancias son cortas y aunque algunos digan que Santiago tiene una inclinación de un no se cuanto %, en la calle no lo sentimos.
Los ciclistas también estamos concientes que tener un auto no te hace mejor que el de al lado. Todo lo contrario.
Somos un auto menos.
Ahora, ¿se imaginan si la bicicleta fuera como un auto?. Seguramente terminaríamos odiándolas.
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